La distribución geográfica de los credos en nuestro país nos muestra una población en su mayoría católica, con los porcentajes más significativos de representación en las regiones del Norte, Litoral y Cuyo.
Las distintas creencias y mitos cambian según las zonas, ganando lugar en particular algunas deidades populares, cuando las personas se apropian de las tradiciones o leyendas. En este marco se mezclan y conviven el Gauchito Gil, la Difunta Correa, Gilda, Pancho Sierra y la Madre María. Los dos primeros son los que recogen las muestras más convocantes de la piedad popular, siendo la Difunta Correa la que encarna, en la figura femenina, la entrega de la madre por antonomasia quien, a pesar de estar muerta, sigue alimentando a su hijo.
Es notable y hasta pintoresca la imagen de muchas de nuestras rutas cuyas banquinas se transforman en altares y santuarios salpicados de banderas o cintas rojas flameando por el Gauchito Gil, botellas de agua depositadas para calmar la sed de la Difunta Correa y ofrendas para Rodrigo o Gilda, estos dos últimos referentes de la música popular que hoy también forman parte de la tradición argentina en creencias paganas.
El pedido de ayuda y el agradecimiento simbolizado en estatuillas u otros símbolos que materializan la devoción suelen atribuirse mayormente a los sectores más populares o a los estratos medios que habitan las zonas urbanas, en cuyas viviendas o incluso “altares” no es infrecuente que se entremezclen la imagen de San La Muerte, la figura o los pañuelos del Gauchito Gil y casi siempre una estampita de la Virgen.
Muchas de las creencias de nuestro país pertenecen a la categoría criollo-gauchesca pero también, hay importante presencia de las cosmovisiones mapuche, avá o quechua.
Este rito que sobrevivió a la colonización, se celebra en toda América Latina y forma parte de un legado cultural, histórico y social de los pueblos originarios.
El norte de nuestro país aún hoy continúa festejando el día de Pachamama o día de la gran Madre Tierra a puro color y tradición, para agradecer, pedir y bendecir los frutos que ella nos ofrenda.
La creencia andina menciona que en la celebración se debe adorar veinte días a la Madre Tierra, constituyéndose en una época de agradecimiento por las cosechas y el buen tiempo, por los animales y la abundancia del suelo.
La religión centrada en la Pachamama se practica en la actualidad en forma paralela al cristianismo, al punto tal que muchas familias son simultáneamente cristianas y pachamamistas.
La ceremonia que tiene lugar cada 1° de agosto y los rituales que forman parte de esta tradición varían según las costumbres de cada pueblo.
En Salta se festeja todo el mes con la Fiesta Nacional de la Pachamama de los Pueblos Andinos. Las actividades dan inicio con el ritual del sahumerio en todas las casas de San Antonio de los Cobres, y se extienden todo el mes hasta el 31, con el homenaje a la Madre Tierra en Tolar Grande. Dentro de un pozo cavado en la tierra, después del tradicional “Kusilla, kusilla, Pachamama”, se vuelcan bebidas y alimentos, introduciendose en él todo lo que es posible gracias a la generosidad de la tierra.
En Catamarca, en la ceremonia de Laguna Blanca, también participan representaciones de deidades como la Pachamama y el Coquena (una deidad mitológica vestida con prendas de lana de oveja y de llama); grupos de chicos entonan cantos y coplas y hombres y mujeres preparan su danza. Se realiza el 31 de julio y el 1 de agosto.
En Jujuy la gente profesa intensamente la fe católica pero continúa venerando a la Pachamama, como lo hacían siglos atrás sus antecesores, manteniendo vigente, en el presente, una creencia mitológica del ámbito incaico.
En algunas regiones el ritual recibe el nombre de chaya o pago e implica un acto de reciprocidad. Aunque la fecha popularizada es el primero de agosto se practica todo el mes o cada primer viernes de cada mes. Las ceremonias están a cargo de personas ancianas o de mayor autoridad moral dentro de cada comunidad que, en el caso del pueblo aimara reciben el nombre de ‘yatiri’.
Según Mario Rabey y Rodolfo Merlino, antropólogos argentinos que han estudiado la cultura andina desde los años setenta a los noventa, «el ritual más importante es el challaco». Challaco es una deformación de los vocablos quechuas ch’allay y ch’allakuy, que se refieren a la acción de ‘rociar insistentemente’. En el lenguaje corriente de los campesinos del sur de los Andes Centrales, la palabra challar se usa como sinónimo de ‘dar de comer y beber a la tierra’.
El Challaco, abarca una compleja serie de pasos rituales que comienza en las viviendas familiares la noche de la víspera, durante la cual se cocina una comida especial, la tijtincha, y que culmina en un ojo de agua o la toma de una acequia donde se realiza el ritual principal a la Pachamama, con una serie de ofrendas que incluyen comida, bebida, hojas de coca y cigarros.
La Pachamama como el espíritu indio de la madre tierra ha sido reinterpretado por la Iglesia a través de la figura de la Virgen María y toma los nombres de Virgen del Carmen, del Valle, u otras según la región andina.
El Gauchito Gil es una figura religiosa objeto de devoción popular en la Argentina que tiene un origen criollo y gauchesco.
Nace con la corta historia de vida del gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez, de quien se sabe poco con certeza.
Nacido en Corrientes alrededor de 1840 en Pay Ubre, cerca de Mercedes es asesinado el 8 de enero de 1878 a unos 8 kilómetros de esta localidad.
Antonio Gil fue un gaucho trabajador rural, adorador de San La Muerte, que tuvo un romance con una viuda adi- nerada del lugar, lo que le hizo granjearse el odio de los hermanos de la mujer y del jefe de la policía local, quien la había cortejado.
Dado el peligro que corría su vida, Gil dejó el área y se alistó para pelear en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) contra Paraguay. Luego de regresar, fue reclutado por el Partido Autonomista para participar en la guerra civil correntina contra el opositor Partido Liberal, pero desertó.
Esta decisión lo hizo ingresar en la categoría de delincuente y fue perseguido hasta que, capturado, fue colgado de un pie en un árbol de espinillo y asesinado por un corte en la garganta. Gil le dijo a su verdugo que sabía que finalmente lo iban a degollar pero que cuando él regresara a Mercedes le iban a informar que su hijo se estaba muriendo y como él iba a derramar sangre inocente, que lo invocara para que pudiera interceder ante Dios por la vida de su hijo. Era sabido que la sangre de inocentes servía para hacer milagros.
El hijo del Sargento sanó milagrosamente y eso llevo a que se le diera al cuerpo de Gil un entierro apropiado. Las personas que se enteraron del milagro construyeron un santuario, que creció convocando nuevos creyentes hasta hoy.
Para hacerle un pedido al gauchito, se escribe la intención en una cinta roja y se la deja por la noche sobre la rama de un árbol, de un alambrado o en un palo clavado en la tierra. También se suele encender una vela colorada y con la cinta del mismo color a modo de rosario, se le reza una oración. Hay personas que le encienden una vela colorada en un cruce de caminos y hacen el pedido.
La tradición de envolver con banderas rojas o pintar de rojo los santuarios de veneración al Gauchito Gil obedece a que es el color que caracteriza al Partido Autonomista en la Provincia de Corrientes.
La imagen del Gauchito Gil representa para algunos la de un cuatrero, la de un gaucho alzado o la de un fugitivo al que le cargaban todos los hechos delictivos sin resolver. Para otros es una suerte de Robin Hood, ya que les robaba a los ricos (en especial a los que se aprovechaban de los paisanos) y se lo repartía a los pobres, ayudando así a quien lo necesitara.
La historia de este “gaucho justiciero” se ha difundido fuera de Corrientes llegando a varias provincias argentinas. Es común ver en rutas y caminos rurales santuarios o pequeños cultos caracterizados por banderas o harapos de color rojo.
El santuario principal se encuentra en el cruce de las rutas 123 y 119, a 8 kilómetros de la ciudad de Mercedes (antigua Pay-Ubre). Desde lejos se observa el centenar de tacuaras con banderas rojas, el mausoleo con las placas de agradecimiento y una enorme cantidad de ofrendas, en modo similar a lo que ocurre en el santuario de Vallecito de la Difunta Correa.
Son muchas las estampitas del santo con los pedidos escritos detrás o con expresiones de agradecimiento y va- rios días antes del 8 de enero, fecha del aniversario de su muerte, comienza a congregarse la gente y pasar la noche en carpas. Se improvisan negocios, bailantas al compás del chamamé, kios- cos que venden bebidas y recuerdos. Los jinetes se acercan llevando banderas y estandartes en tacuaras para dejar en el lugar, que también se cubre de flores rojas. El cura de Mercedes oficia una misa por el alma del Gauchito y en el terreno donado por el estanciero en el que se construyó un tinglado y que cuenta con comodidades de baños, duchas y bares, se acumulan las ofrendas.
Los otros santuarios del Gauchito Gil se levantan principalmente en el litoral aunque su culto se va extendiendo paulatinamente al resto del país como lo certifican los oratorios que existen en los Valles Calchaquíes, Salta y en Ushuaia, Tierra del Fuego. Sus estampas se reparten en los subtes porteños y se venden en las santerías de Buenos Aires y en los negocios de Luján junto a la Virgen. También se agrega su imagen como ofrenda en los santuarios de otros santos populares como la Difunta Correa.
Los lugares elegidos en los cruces de caminos son parada obligada de todo viajante y es comíun ver a ómnibus o caminantes, detenerse un momento a saludar al Gauchito.
En la Provincia de Formosa, donde exis- ten oratorios muy próximos, los automovilistas tocan su bocina al pasar y si esto no se hiciese, “ no se contaría con la protección del santo en el resto del viaje y podría ocurrirle una desgracia”.
Existen poemas en su honor como el que escribió Florencio Godoy Cruz y un chamamé con música del compo- sitor Roberto Galarza titulado “Injusta Condena”:
En esa cruz del camino mojón de vida y de muerte siempre estuvo un espinillo custodio fiel de tu muerte. El viento acunó banderas enastadas en tacuaras y en esas rojas lumbreras tu pueblo reza ante el ara. (Estribillo) Te ofreciste al Redentor para aliviar sufrimiento y ver tu pueblo contento en un milagro de amor. Antonio Gil te llamabas gaucho noble de alma buena tu vida se vio tronchada por una injusta condena.
Cientos de botellas con agua son dejadas diariamente en los santuarios dedicados a la Difunta Correa que se encuentran en pequeños altares, oratorios y nichos en todas las rutas del país, desde Jujuy a Tierra del Fuego. Agua para una mujer que murió de sed en medio de un desierto de arena y piedra, allá por 1841.
Cuenta la historia y la leyenda que cuando su marido fue tomado prisionero en medio de los conflictos entre unitarios y federales, Deolinda Correa con su pequeño hijo en brazos partió en su búsqueda bajo el calcinante sol del desierto sanjuanino. La leyenda cuenta que fue encontrada sin vida, pero seguía amamantando a su hijo quien logró sobrevivir.
Quienes la encontraron le dieron sepultura y se llevaron al niño. Años más tarde, otros arrieros que estaban buscando infructuosamente unos animales perdidos, al ver la tumba imploraron su ayuda y la Difunta respondió al pedido. Así comienza un culto que lleva casi 160 años y que continúa creciendo.
En Vallecito se encuentra su santuario principal, a un costado de la ruta en el Departamento de Caucete, que une la Ciudad de San Juan y las Provincias de La Rioja y Catamarca.
Al pie de un pequeño cerro, el santuario posee un total de 15 capillitas desbordantes de ofrendas. Todas fueron donadas por diferentes promesantes, cuyos nombres figuran en placas sobre las puertas de entrada.
Supuestamente, una de ellas, que contiene los restos de Deolinda Correa, tiene una gran escultura con la Difunta con el niño. En el resto de las capillas existen igualmente reproducciones de esta imagen en cuadros, estatuillas o estampas, acompañados en todos los casos con distintas imágenes de Vírgenes, crucifijos y Santos oficiales (San José, San Cristóbal, San Francisco y San Cayetano son los más representados).
Miles de fotografías desde principio de siglo, en blanco y negro y en color, con las personas retratadas con ropas que evidencian el paso del tiempo y de las modas y en diversas circunstancias de la vida: casamientos, bautismos, cumpleaños, varias fotos de un niño en distintas etapas de su desarrollo, imágenes que hablan de un antes y un después: enfermos y recuperados, con muletas y caminando.
A un costado de la estatua de la santa popular, existe un lugar ennegrecido por el humo destinado a velas encendidas que tiene una gran canaleta por donde se escurre la enorme cantidad de cera que se derrite diariamente. En los alrededores hay algunas botellas con agua (pocas porque aparentemente son levantadas y tiradas) y monolitos con cruces.
El santuario está administrado por la “Fundación Cementerio de Vallecito”, que maneja las donaciones y está capacitada para vender objetos a fin de solventar gastos, pero se conservan los objetos que tienen valor cultural. Las donaciones de dinero alcanzan valores importantes y se hacen arqueos semanales. Hay depósitos llenos de objetos que, por falta de espacio, no están en exhibición. En el edificio de la Administración se guardan algunos vestidos de novia y los elementos de mayor valor económico.
Los momentos de más afluencia de visitantes se ubican durante la Semana Santa (aproximadamente 50.000 personas), para el “Día de las Animas” (es cuando se ve la mayor cantidad de gente caminando desde lugares lejanos), la Fiesta de los Camioneros y la Fiesta de los Gauchos. Estas últimas sin fecha fija, se realizan en épocas de buen tiempo (verano, hasta marzo), ya que congregan mucha gente y se extienden a lo largo de varios días al aire libre. Los camioneros se reúnen en la Ciudad de San Juan y hacen una caravana que, al llegar a Caucete, empieza a tocar bocina hasta arribar al santuario. Contratan grupos conocidos de música y se elige el mejor camionero y también una reina.
Debido a la masiva afluencia de visitantes, entre creyentes y turistas, frente al santuario se han levantado varios bares y restaurantes, un hotel y una veintena de negocios que ofrecen recuerdos de la Difunta como estatuillas en su clásica postura (recostada, cara al cielo con el niño en uno de sus pechos, en medio de un paisaje árido), estampas, medallitas cintas rojas con la frase “Difunta Correa protege mi...” y a continuación “mi hogar” o “mi familia”, “mi trabajo”, “mi salud” y las posibilidades incluyen todas las marcas de automóviles y motos posibles. Estas cintas, que suelen colgarse de los espejos, son bendecidas junto con el auto en cuestión por un sacerdote en la Capilla del Carmen construida recientemente en Vallecito. También una línea de ómnibus hace el recorrido de y hasta la
Ciudad de San Juan varias veces al día y existen paradas de taxis y remises.
Se considera que los arrieros y luego los camioneros, fueron los primeros difusores del culto a la Difunta Correa y que habrían levantado pequeños altares, oratorios y nichos en todas las rutas del país.
Se ha constatado además, la presencia de dichos lugares de culto en rutas nacionales, autopistas, en el bosque de La Plata, en la Plaza de los Andes en plena Ciudad de Buenos Aires y muchos de ellos adquieren dimensiones de templos como el de San Andrés de Giles (Buenos Aires), Río Gallegos (Santa Cruz) y Río Grande (Tierra del Fuego).
San La Muerte es una deidad, santo pagano o entidad venerada en Latinoamérica. Con una estrecha relación con el Gauchito Gil, según se cuenta su protector, hace que muchas veces compartan el santuario.
El culto se extiende desde América Central, en territorios del Paraguay, del noreste de Argentina, principalmente en la Provincia de Corrientes y en menor medida en Misiones, Chaco, Formosa; también al sur de Brasil (Paraná, Santa Catarina, Río Grande del Sur). Desde los años 1960, debido a las migraciones internas, esta devoción se ha proyectado hacia ciertas zonas de las provincias argentinas, tales como Santa Fe, Gran Buenos Aires y Jujuy
Las imágenes de San La Muerte que sirven de amuleto, suelen ser talladas (a excepción de la guadaña, que es costumbre añadir), en una sola pieza de madera dura, hueso (en ocasiones huesos humanos), plomo, yeso, etc.
Este amuleto no se considera eficaz si no está bendecido, pero siendo considerado parte de un culto no cristiano la iglesia se niega a realizar bendiciones de la estatuilla o cualquier representación de San La Muerte, por este motivo sus devotos acuden a las misas católicas con estas representaciones y cuando el sacerdote imparte la bendición el portador toma a la imagen con sus manos así le “transmite” la bendición; una alternativa es pedir la bendición de la figura a dos personas que sean consideradas católicas.
No obstante esto, las corrientes esotéricas del culto a San La Muerte prescinden de toda intervención de la Iglesia, realizando sus propias consagraciones o solicitando a otros devotos experimentados que consagren las imágenes en sus altares privados y muchos talladores consagran las imágenes al tiempo que las tallan. En la actualidad no se recurre a la Iglesia ya que el sincretismo con otras corrientes espirituales, como los cultos afrobrasileños o afrocaribeños, aportó rituales propios de consagración, como baños, defumaciones, velaciones o entierros de las imágenes.
Los 16 de agosto de cada año se realiza la fiesta en forma multitudinaria en el Santuario Sede de De La Peña 1505, en Wilde, Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, con vigilia el día anterior y luego una peregrinación y los días 20 de agosto en la Calle Kennedy 2036 en Victoria, San Fernando, Zona Norte.
En Misiones el santuario se encuentra en proximidades del Barrio Santa Inés a 300 metros de la RP 105 en el municipio de Garupá y todos los 13 de agosto es visitado por cientos de personas de toda la zona, que se acercan para hacer pedidos o agradecimientos al santo pagano.
En algunas de las oraciones se refleja el sentir de esta devoción popular:
La Iglesia, no acepta esta idea oscura de venganza, sino que se refiere a la vivencia de tener una “santa muerte”, una vivencia de este acontecimiento en estado de paz y reconciliación con Dios hacia la eternidad.